viernes, septiembre 21, 2007

El Tigre Famélico

/ E N T R E V I S T A
Roberto Ramos prescinde de su nombre, y en su lugar existe El Tigre Famélico, un ser de antología que tiene por oficio ser librero, pero andante, asiduo de las librerías de viejo y los cajones de ropavejeros en busca de "joyitas" requeridas por sus clientes, casi siempre poetas cercanos a sus propios círculos literarios.

"Mi actividad pudiera ser análoga a la de un doctor", cuenta con voz férrea tras sus largos y oscuros mostachos.

"Muchas veces ya sabes dónde están las dolencias bibliográficas (de la clientela), y en algunos casos hasta me puedo permitir prescribir una receta, según el malestar del lector".

Si está abatido, explica, le recomienda unas dosis de Jorge Ibargüengoitia o, si anda apasionado, probablemente medique algún poemario de Jaime Sabines; El arte de amar, de Ovidio o, incluso, Juan Ruiz, el Arcipreste de Hita.

Confiesa El Tigre que su actividad se inspira en Joseph Cartaphilus, de Esmirna, ése que en el junio londinense de 1929 le ofreció a la princesa de Lucinge los seis volúmenes en cuarto menor de la Ilíada de Pope, según narra Jorge Luis Borges en El inmortal.

Los libros son pequeños gajos de la eternidad, refiere, y él consigue, a bajo costo, novedades, volúmenes antiguos, colecciones independientes y —a presumir de amigos como la poeta María Luisa Rubio— hasta títulos que aún se estén escribiendo.

Nacido en 1964 en la Colonia Álamos, cuando aún era posible "torear coches", este hijo de sastre que asegura no haber estudiado ni el kínder, es también un "escultor de la memoria", un "confabulador" que exhuma los textos de los libros para echarlos andar en vivo, según dice.

Esto quiere decir que es una especie de juglar que se presenta periódicamente y desde 1996 en cafés y librerías para declamar poemas como Muerte sin fin, de José Gorostiza, u obras "catedrales" de Alfonso Reyes o Gabriel García Márquez.

Su apego por memorizar literatura y desplegarla ante un público, explica, obedece al placer. "(Mi memoria) no es producto de una nemotecnia, no es una técnica para sujetar cosas, sino un simple gozo eufónico por las palabras".

Hoy la gente memoriza poco, se alarma El Tigre, y el rigor de la palabra pareciera, cada vez, cobrar menos importancia. Incluso observa un retroceso hacia la onomatopeya paleolítica.

"Yo lo veo en el metro, por ejemplo. Bastaría con pedir permiso para salir ordenadamente del vagón, pero no, la gente se predispone a tomar posiciones de futbol americano, chocar e impactar, antes de preguntar si el de enfrente se va a bajar o pedir permiso.

"Pero hay gente que sí usa la palabra", recuerda, "y fíjate que entonces se hace el milagro de la apertura del Mar Rojo y las multitudes se abren".

Más importante que el fuego fue el descubrimiento de la palabra, cuya primer mención tuvo el poder de enderezar la columna vertebral del ser humano, asegura quien frecuenta talleres de escritores como Ignacio Solares, Raquel Olvera y Jaime Augusto Shelley.

"Habría que recurrir a los científicos para apoyar esta tesis, pero estoy seguro que fue en ese momento cuando el hombre abandona su condición cuadrúpeda y se verticaliza", sostiene mientras endereza el cuerpo de su posición de asiento.

Esa verticalización, por ejemplo, es constante en la lectura de autores "artísticamente estructurados", como Octavio Paz o William Faulkner.

"Cuando uno los lee, el pensamiento del lector se endereza; es como si te pusieras un chaleco ortopédico (...) Por eso agrada la lectura, porque es como entrar en un palacio, en una catedral bellísima y ver esas bóvedas y esas columnas que enaltecen el espíritu".

El Tigre, quien puede ser contactado en tigrefamelico@yahoo.com.mx, ha pasado por diversas facetas antes de "esculpir" la memoria y ser librero.

Trabajó en Imevisión sacando copias, por ejemplo, fue redactor de una revista de atletismo y a los 23 años fue centinela nocturno en el Hospital General, después del terremoto del 85.

Hoy puede encontrársele cada domingo en la librería El Hallazgo, de la Condesa, haciéndola de juglar y "confabulador nocturno". Pero su arte es de toda ocasión, asegura, pues si "algún parroquiano" le solicitare su recitación en algún bar o café, está dispuesto a "soltarse".
Entrevista publicada en Reforma 11/09/07
( Versión antes de edición )
Foto de JIOrtega
NOTA: Sí, el libro que El Tigre sostiene en las manos es Iniciación Literaria 2. Yo me paseaba por el Laberinto cuando la foto, así que no soy responsable del material, jaja. Un saludo a El Tigre y a la banda, pues.