Follaje de voces y percepciones
Cardo
La antología
El sortilegio gitano de incorporar un volumen de poesía hacia el interior mismo de esta tremenda realidad es casi equivalente al codicioso propósito de grabar un tatuaje idolátrico sobre la piel de una columna de humo. Claro que se trata de una empresa brotada del arbitrio inexpugnable de las entrañas y es asimismo un arrebato imaginativo e intelectual cuyo ímpetu corresponde a una sacudida de huesos. Mucho de la materia prima con la que se condensó su contenido fue arrancado sin miramientos (o quizá con tersos y atrevidos miramientos) del magma candente que palpita por lo bajo de la conciencia. Varias de sus imágenes enardecedoras, hipnóticas, incluso algunas de ellas alteradoras, telúricas, son exhalaciones recogidas de la profunda red de arterias ígneas del tejido cardiaco.
No obstante la evidente heterogeneidad ofrecida por los autores congregados, es posible advertir en el edificio de esta antología la amalgama de un taller, se siente la unidad que otorga la declinaciónde la tarde y el conjuro de lindas hechiceras civiles y de algunos oficiales de taumaturgia. En las tardes en que se congrega Cardo la risa de las poetas hace arder las letras, cruje la epidermis de la tinta y la imagen se revela.
En un taller de escultura la pieza de yeso cobra volumen y relieve al contacto efusivo de las miradas. En el taller de pintura y dibujo la curiosidad crítica de los preceptores y los condiscípulos arrancan del fondo del lienzo las líneas y los colores. En un taller de poesía, por su parte, en cuyo seno se liman los versos, se engastan enigmas en el acanalamiento de las letras, se desprenden espejos desde el fondo de una mirada, y a veces hasta se llega a respirar en endecasílabos, el cuerpo del poema conquista la proporción de su espacio en el torrente sanguíneo de la memoria. El taller de poesía Cardo siempre ha tenido claro que el núcleo esencial de su constitución no puede ser otro más que la concentrada suma de percepciones, un follaje de voces oníricas en el anochecer urbano, una comunidad de versos independientes, con una vocación de libertad radical, al grado de consentir la deliberada ausencia, el premeditado desprendimiento.
Sin extraviar el balance premonitorio de la esfericidad del corazón, el poeta Leonardo Fernández camina libre de fardos por los linderos de la incertidumbre cósmica. En Ninett Torres los destellos de su mirada son dioses embrionarios. En el pandemonium de su lengua Nora Carrillo adivina lo extraño de vivir y la convicción de disolver su sangre por el universo. Lety Ricardez desea confiar a la discreción del humo sus pensamientos, no por ser frutos de la penumbra, sino simplemente por ser suyos. Para Xavier Villareal lo más oscuro es ver derramar lágrimas a una difunta. Óscar Cid de León con una nobleza que casi se confunde con la urbanidad seráfica, conoce cuál es el temple adecuado para tocar las puertas del misterio. En Tonatiuh Mar se distingue el curso de una resonancia que tiende a remontarse hacia lo ancestral, una sintaxis de greca se amoneda en sus versos. Yvonne Mendoza es la sutil ternura que hiende la severidad de la roca; escoltada por sus gatos aguarda con dulce ironía su cita con Marte. La espigada Moeba formula preguntas capaces de precipitar a la fiebre a quien pretenda resolverlas. No obstante haber nacido en el vórtice de la proselosa ciudad, María Luisa Rubio concibe sueños como si en realidad hubiese nacido en medio delmar o en la cumbre de una montaña. Fabiola López Prado puede distinguir en el destello de lo nimio, en el ápice de una mirada, el caótico devenir del universo. Para David Borja, una sombra es capaz de representar el papel escénico de la luz. En un hermoso poema Paty Hernández Huerta reconoce que a veces el alma se nos fatiga y a tal grado se torna vulnerable que incluso hasta el aire nos hiere. En Óscar Torres la sonrisa silenciosa estalla en el lugar más apartado y en el orbe lúdico de los niños. Las manos mitológicas de Petuni Calli urden hermosas peinetas para que de todos modos se extravíen en el hechizo de una trenza. El alumno Alejandro Lenin, en una carta estremecedora, reconoce la agonía pedagógica de su profesor, distingue el drama de enseñar y morir. En un complejo poema de resonancias infernales, Román Guzmán se asoma en trance profano a los residuos del incendio erótico de una mujer otoñal. La celosa tensión en la manufactura de la poesía de Patricia Farfán, es casi análoga al encantamiento producido por el ballet, representa un jardín abierto de par en par y es el lecho donde la esencia del día crepita y tiembla. Al perfil poético de Ramón Peralta lo dibuja un meteoro de luz que anega el vano de la ventana. El amor en Jaime Palacios Trabamala profundiza sus raíces al grado de entronizarse en el ritmo de la respiración. En una de las voces más jóvenes se presiente a distancia la fuerza del torbellino; la lucidez descarnada de X-hail Mar suspende literalmente la articulación primordial del juicio. Premalata Hruby de Matesanz es un contenido cáliz de respiraciones y parece ser también la voz de la cólera expiada por una suave y persistente melodía hiperbórea en lo profundo del corazón. Ix-chel Hernández Martínez vilipendia y bendice, execra y se congratula, el tiempo la devora pero también le huye. Tania Díaz abomina los reproches disfrazados de poesía; a ella sólo una mirada enardecida por la clarividencia de la lumbre es capaz de trasparentarla, de apreciarla en el resplandor más estricto de su médula deliberadamente se eclipse detrás de sí misma. En los versos afables de José Antonio Matesanz nos asomamos a un corral donde oficia su liturgia copuladora el toro, y luego el autor tirado en posición supina, embrocado bocarriba, disfruta la reflexión ofrecida por el vuelo de los zopilotes; muy al fondo de su expresión clásica alcanzamos a distinguir ciertos resplandores eufónicos del latín. En Iván Buenader rápido encontramos el arrebato vertiginoso; esculpe la textura sonora de sus versos con una suerte de vehemencia lúdica y una osada quiniela por el trazo plástico de la imagen.
Desde el primer verso, Máximo González escala la tonalidad de la epifanía, coronada con un legítimo nervio escatológico, sin alardes de escándalo. En la poesía de Rosa Guevara Castro la densidad erótica encuentra su mejor cauce en la expresión sencilla, diáfana. José Manuel López Olache, instalado sin reproches en el seno de la nada, advierte que la sola brisa es capaz de erizarle sus sentidos. Desnuda de ropajes retóricos, la mirada de José Nicolás Ávila, rescata la semilla de un cadáver antes de que éste sea devorado por la tierra. Con Nayeli Palacios se siente la tendencia a desvanecerse en una inercia flotante, y en el pulir de las letras se percibe el palpitar de la vida. La poética de Alejandro Malo parece estar fundada sobre una meseta de red acústica; de alguna manera su obra formula una nítida derrota a la nada, así como una sonrisa real puede desvanecer todos los rostros falaces del vacío.
La coordinación de estas treinta y dos voces desatadas estuvo a cargo de Raquel Olvera.
La antología
Por Roberto Ramos Trujillo.
El sortilegio gitano de incorporar un volumen de poesía hacia el interior mismo de esta tremenda realidad es casi equivalente al codicioso propósito de grabar un tatuaje idolátrico sobre la piel de una columna de humo. Claro que se trata de una empresa brotada del arbitrio inexpugnable de las entrañas y es asimismo un arrebato imaginativo e intelectual cuyo ímpetu corresponde a una sacudida de huesos. Mucho de la materia prima con la que se condensó su contenido fue arrancado sin miramientos (o quizá con tersos y atrevidos miramientos) del magma candente que palpita por lo bajo de la conciencia. Varias de sus imágenes enardecedoras, hipnóticas, incluso algunas de ellas alteradoras, telúricas, son exhalaciones recogidas de la profunda red de arterias ígneas del tejido cardiaco.
No obstante la evidente heterogeneidad ofrecida por los autores congregados, es posible advertir en el edificio de esta antología la amalgama de un taller, se siente la unidad que otorga la declinaciónde la tarde y el conjuro de lindas hechiceras civiles y de algunos oficiales de taumaturgia. En las tardes en que se congrega Cardo la risa de las poetas hace arder las letras, cruje la epidermis de la tinta y la imagen se revela.
En un taller de escultura la pieza de yeso cobra volumen y relieve al contacto efusivo de las miradas. En el taller de pintura y dibujo la curiosidad crítica de los preceptores y los condiscípulos arrancan del fondo del lienzo las líneas y los colores. En un taller de poesía, por su parte, en cuyo seno se liman los versos, se engastan enigmas en el acanalamiento de las letras, se desprenden espejos desde el fondo de una mirada, y a veces hasta se llega a respirar en endecasílabos, el cuerpo del poema conquista la proporción de su espacio en el torrente sanguíneo de la memoria. El taller de poesía Cardo siempre ha tenido claro que el núcleo esencial de su constitución no puede ser otro más que la concentrada suma de percepciones, un follaje de voces oníricas en el anochecer urbano, una comunidad de versos independientes, con una vocación de libertad radical, al grado de consentir la deliberada ausencia, el premeditado desprendimiento.
Sin extraviar el balance premonitorio de la esfericidad del corazón, el poeta Leonardo Fernández camina libre de fardos por los linderos de la incertidumbre cósmica. En Ninett Torres los destellos de su mirada son dioses embrionarios. En el pandemonium de su lengua Nora Carrillo adivina lo extraño de vivir y la convicción de disolver su sangre por el universo. Lety Ricardez desea confiar a la discreción del humo sus pensamientos, no por ser frutos de la penumbra, sino simplemente por ser suyos. Para Xavier Villareal lo más oscuro es ver derramar lágrimas a una difunta. Óscar Cid de León con una nobleza que casi se confunde con la urbanidad seráfica, conoce cuál es el temple adecuado para tocar las puertas del misterio. En Tonatiuh Mar se distingue el curso de una resonancia que tiende a remontarse hacia lo ancestral, una sintaxis de greca se amoneda en sus versos. Yvonne Mendoza es la sutil ternura que hiende la severidad de la roca; escoltada por sus gatos aguarda con dulce ironía su cita con Marte. La espigada Moeba formula preguntas capaces de precipitar a la fiebre a quien pretenda resolverlas. No obstante haber nacido en el vórtice de la proselosa ciudad, María Luisa Rubio concibe sueños como si en realidad hubiese nacido en medio delmar o en la cumbre de una montaña. Fabiola López Prado puede distinguir en el destello de lo nimio, en el ápice de una mirada, el caótico devenir del universo. Para David Borja, una sombra es capaz de representar el papel escénico de la luz. En un hermoso poema Paty Hernández Huerta reconoce que a veces el alma se nos fatiga y a tal grado se torna vulnerable que incluso hasta el aire nos hiere. En Óscar Torres la sonrisa silenciosa estalla en el lugar más apartado y en el orbe lúdico de los niños. Las manos mitológicas de Petuni Calli urden hermosas peinetas para que de todos modos se extravíen en el hechizo de una trenza. El alumno Alejandro Lenin, en una carta estremecedora, reconoce la agonía pedagógica de su profesor, distingue el drama de enseñar y morir. En un complejo poema de resonancias infernales, Román Guzmán se asoma en trance profano a los residuos del incendio erótico de una mujer otoñal. La celosa tensión en la manufactura de la poesía de Patricia Farfán, es casi análoga al encantamiento producido por el ballet, representa un jardín abierto de par en par y es el lecho donde la esencia del día crepita y tiembla. Al perfil poético de Ramón Peralta lo dibuja un meteoro de luz que anega el vano de la ventana. El amor en Jaime Palacios Trabamala profundiza sus raíces al grado de entronizarse en el ritmo de la respiración. En una de las voces más jóvenes se presiente a distancia la fuerza del torbellino; la lucidez descarnada de X-hail Mar suspende literalmente la articulación primordial del juicio. Premalata Hruby de Matesanz es un contenido cáliz de respiraciones y parece ser también la voz de la cólera expiada por una suave y persistente melodía hiperbórea en lo profundo del corazón. Ix-chel Hernández Martínez vilipendia y bendice, execra y se congratula, el tiempo la devora pero también le huye. Tania Díaz abomina los reproches disfrazados de poesía; a ella sólo una mirada enardecida por la clarividencia de la lumbre es capaz de trasparentarla, de apreciarla en el resplandor más estricto de su médula deliberadamente se eclipse detrás de sí misma. En los versos afables de José Antonio Matesanz nos asomamos a un corral donde oficia su liturgia copuladora el toro, y luego el autor tirado en posición supina, embrocado bocarriba, disfruta la reflexión ofrecida por el vuelo de los zopilotes; muy al fondo de su expresión clásica alcanzamos a distinguir ciertos resplandores eufónicos del latín. En Iván Buenader rápido encontramos el arrebato vertiginoso; esculpe la textura sonora de sus versos con una suerte de vehemencia lúdica y una osada quiniela por el trazo plástico de la imagen.
Desde el primer verso, Máximo González escala la tonalidad de la epifanía, coronada con un legítimo nervio escatológico, sin alardes de escándalo. En la poesía de Rosa Guevara Castro la densidad erótica encuentra su mejor cauce en la expresión sencilla, diáfana. José Manuel López Olache, instalado sin reproches en el seno de la nada, advierte que la sola brisa es capaz de erizarle sus sentidos. Desnuda de ropajes retóricos, la mirada de José Nicolás Ávila, rescata la semilla de un cadáver antes de que éste sea devorado por la tierra. Con Nayeli Palacios se siente la tendencia a desvanecerse en una inercia flotante, y en el pulir de las letras se percibe el palpitar de la vida. La poética de Alejandro Malo parece estar fundada sobre una meseta de red acústica; de alguna manera su obra formula una nítida derrota a la nada, así como una sonrisa real puede desvanecer todos los rostros falaces del vacío.
La coordinación de estas treinta y dos voces desatadas estuvo a cargo de Raquel Olvera.
4 Comments:
:D
Por ahora sólo sonrío. Debo armar un castillo de palabras y ponerlo en una bandeja, pa que el tigre sacie su hambre... Gracias, tigre.
¡Se siente rico viajar en esa hipérbole!
Bueno ya tenemos dos magníficas reseñas sobre nuestro querido libro, ahora sólo nos resta esperar que "caigan" más y más, porque ya nos estamos malacostumbrando a ser elogiados.
Ennovy
Veo que la lista a deglutir es cada vez más grande. Gracias por armarme la ensalada frente a los ojos.
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