miércoles, abril 26, 2006

"Cardo Fashion Weekend"

Preparándose para el "Cardo Fashion Weekend", Iván Buenader pensó que se veía un poco demodé.
--Voy a buscar un estilista joven.











(No tanto)










Mucho mejor.











Fresca.












Pero había salido al Mediterráneo por las pascuas. Escapar de las celebridades para ella es un triunfo. Siempre la están buscando para que las arregle.






Después de mover sus influencias, Buenader logró una cita con la famosa diseñadora de imagen.



--¡Me encanta tu cabello!--Le dijo.















--¡Es taaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaan dócil!--.
































Después de actualizar el look "Buenader", Ambar Fashion in Fiusha se contentó con nadar en la suntuosa piscina de su mansión.

lunes, abril 24, 2006

Oráculo

   Oráculo y Rusticatio

invitan a la lectura de poesía


Nicolás Alberte (Uruguay)

Elma Murrugarra (Perú)

Alejandro Tarrab

Jessica Díaz

Santiago Matías

Josué Vega

Daniela Ramos Cardoso

Miércoles 26 de abril 2005 19:00 hrs / Café Cuore
(Av. Álvaro Obregón, casi esquina con Insurgentes)

jueves, abril 20, 2006

Elogio del cardo


9 de febrero de 2006.- Mi relación con el arisco cardo viene de tiempo atrás. Tendría yo a la sazón apenas seis años, cuando en los albores del verano ya recolectaba entre afiladas púas sus morados pistilos. Cardenalicios estambres que debidamente secados y añadidos a la leche de cabra nos permitían elaborar durante todo el año el más natural y sabroso de los quesos. Recuerdo que su poder coagulante era muy superior al de la leche de higuera, razón por la que nunca faltaba en el avío de los segadores; mano de santo para las afiladas 'caricias' de las hoces.


Abraham García

miércoles, abril 19, 2006

Cardo en librerías


viernes, abril 14, 2006

Siempre de negro

:
Andamos la calle principal. Yo voy pensando en el pan de queso, la panadería y lo difícil que será la elección. Trish tomará las piezas en automático, y es que sólo piensa en la migraña, pobre Trish. Creo que en el trayecto discutimos un poco sobre la arquitectura de las casas, más bien los tejados y su conservación. Pero al final la fuerza nos devuelve a su cabeza; Trish a soportarla y yo a buscarme, a falta de senderos, algo tan banal como el pan de queso y la elección. Y así andamos la calle principal. Trish, completamente de negro, labios negros, gafas negras; y yo enfundado en la camisa a rayas rosas, insultando, ahora lo pienso, la migraña sobre el negro que se come a Trish....
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martes, abril 11, 2006

viernes, abril 07, 2006

La hora de la verdad. Más sobre La salida al precipicio, de Trish

De una orilla del mundo a la otra, de la oscura a la descarnada o viceversa, este libro es el diario de viaje de Trish. De muerta a desvanecida, sus letras parecen registrar con minuciosa insistencia los vericuetos del dolor. Porque ya estoy aquí, dice Trish, y para estar aquí hay que estar con los ojos abiertos. Todo lo ven, sus poemas; peces abisales, se sumergen en profundidades conocidas por todos, soslayadas por muchos y descritas por pocos, muy pocos. Los vericuetos del dolor, dije arriba, pero preciso afinar la idea: los textos de La salida no son castigadores; no es el dolor un cilicio bajo la ropa. El dolor es una habitación sin umbral y con una tarifa de salida muy alta. Sospecho que La salida al precipicio es precisamente el comprobante de ese pago.

Entonces, del Uno en la tierra, al desamor (el propio y el ajeno), al recuerdo, Trish va envolviendo cada necrosis, cada pesadilla, cada ofensa con el hilo transparente de la palabra escrita. El silencio no es opción porque a estas alturas (cabría quizá decir profundidades) el silencio es autocomplacencia. Date al mundo, dice nuestra autora; no hay otra forma de existir. La salida al precipicio es un darse a la escritura; un ponerlo todo en las palabras precisas, una y otra vez, desde el espejo, desde la ausencia, desde la cama. Me recuerda en buena medida a la retórica de la poesía indígena que revisaba cuidadosamente cada uno de los matices de un concepto, sin desperdicio, sin redundancia.

También la gama de voces es muy amplia. Se escucha el tañer de las arpas y el redoblar de los tambores, oboes, un triángulo… Elegía para un cobarde, encontramos; Sueño no me toca, es un verso; más adelante, el poema Despreciado tantas veces (página 41 por favor) es una glosa en cuatro tiempos, construida con mucha delicadeza y buen humor; Subliman podredumbre cuando sueñan, leemos después; publicaban con el viento y las campanas su pasado… Podría hacerse un estudio minucioso del ritmo de estos poemas, lo cual también revela la complejidad de la escritora, pues, como bien nos ha enseñado Raquel Olvera, el ritmo de la poesía es resultado del ritmo interno del autor. Habla pues, esta diversidad, de una búsqueda y de un serle fiel a la tonalidad, al matiz del sentimiento.

Es difícil comentar un libro como La salida al precipicio desde la perspectiva meramente literaria. Tanta pasión hay en sus páginas, tanto rastro de materia humana en las letras… Para ir concluyendo, una anécdota: Tengo una amiga que quiero mucho y que era quizá la persona más alejada del quehacer poético; nuestra convivencia siempre giró alrededor de la familia, los hijos, nuestros maridos. Por causa de dolorosos azares del destino se quedó muy sola y entonces nuestra amistad se estrechó, tanto, que un día se dejó arrastrar a una tertulia poética. Y aquí viene el meollo de la historia: de entre los textos que se leían, alguien leyó este:

Quisiera estar tendida
a mitad del sendero
como una vasija
para que un ávido
sacie su sed con mi fuente.

No puedo describir con precisión lo que cada verso le iba haciendo, literalmente haciendo, a mi amiga. Cómo se incorporó, el brillo que se encendió en sus ojos y con qué convicción dijo: "Yo suscribo ese poema". Tengo que decirte, Trish, que mi amiga es ahora colega del taller: tu poema fue su boleto de entrada.

Y ahora sí, la hora de la verdad: La salida al precipicio es en realidad una caída al precipicio, pero no de la escritora sino del fardo que lleva a cuestas. Ese ir envolviendo en palabras, ese tejer a gancho y pegarle lentejuelas (o vómitos, babas, navajas, pedacitos) a cada dolor, desde el más pequeño hasta el mayor, ha sido también irse desprendiendo, ir transfigurando, empacando.

Porque Trish sabe que la muerte se convierte en vida y que desaparecer es también volar.

María Luisa Rubio

lunes, abril 03, 2006

El habitar del Otro

( Palabras para La salida al precipicio, de Trish )

Se llama Trish y no se llama Trish, pero no es lo importante. Hay días en que Uno es el Otro que nos habita, ella dice, y sale para vivir lo que el Uno teme.

Más real que esta afirmación es la grata disposición de sentarnos a pensar el dolor y hacer que las fricciones salgan de una vez por todas.

¿Con qué fórmula se llega a esto? Sépase bien que con ninguna. El método, más bien, es encuerarse, simplemente es eso, y no sólo ante el espejo, que el espejo a veces se equivoca.

El espejo de Trish, por cierto, anda pirado, se equivoca, aunque digan por allí que la poesía nunca erra. Y es que no es éste el conflicto, en todo caso yo veo al Uno y no al Otro que le habita, lo que muestra la universalidad de la poesía.

¿El que se equivoca soy yo? Posiblemente. Yo también siempre me equivoco, pero éste es otro asunto. Tengo el pleno derecho de afirmar que Trish no es fea.

Tuve el placer de conocer a Trish, que en los suburbios de este libro lleva el alias de Patricia Hernández, porque me la entregó su hermana, Raquel Olvera, y así fue: me la entregó, de la misma forma en que se precia algo valioso y se comparte.

Se extendieron entonces mis lindes familiares a estos seres de la niebla, en Chignahuapan; seres de la niebla, como Trish. Pero no vengo a hablar de mí y a presumir tamañas amistades, vengo a unirme: tenemos una cita al mismo precipicio, y me suena que seremos tantos que el arrojo general desbordará el abismo, incluso y se intimide.

¿Por qué llamo a este suicidio colectivo? No. No soy un fanático llamando fieles, convenciendo que se tiren al vacío. Soy más bien un lector de La salida al precipicio, este libro, que haya en él no sólo la conciencia de que debemos descifrarnos, incluso, a través del dolor, que viene con el cuerpo y esa cosa suave que es alma. El que no lo tenga niega el cuerpo, y no he visto últimamente por las calles gentes incorpóreas cenándose unos tacos o preguntando alguna dirección.

No seamos cobardes entonces y meditemos el dolor. La autora supo en este libro cómo hacerlo, y encontrar al final de la inspección esa salida que, por cierto, en Trish se torna bien bonita: después del knock out viene la calma, y de la nada se nos pone a levitar (aunque haga trampa, qué mas da, siendo un ser de niebla este asunto es pan comido).

Pero no quiero adelantarme. Si les cuento el final (si es que un poemario tiene final) es porque quiero aclarar que La salida al precipicio no es un libro necesariamente triste, como lo supuse en su primer lectura. Triste, la lluvia, y bien que reverdece. Tristes, los buitres, y bien que limpian la carroña. Triste, el hambre, y bien que mueve

–porque el hambre mueve aunque atosigue, aunque el Otro que es Uno afirme que destroza tripas y esperanzas.

Quién no se desdice cuando encuentra a su dolor una salida, cuando, acurrucados en el tiempo, somos seres de un quizás.

Pero viene una pregunta: ¿No es la esperanza una burla / para el desahuciado? Sí. Pero hay días en que Uno no es el Otro, y sale a vivir, tomado de la fuerza, el todo que le resta. –¿No lo han sentido?

“Hay que dormir al dragón”
dijo la fuera...
y se acurrucó en el regazo de la bestia.

Los días son así. El habitar del Uno ante el dormir el Otro.

Se me había olvidado, dice Trish, y lo dice como quien nunca lo ha olvidado: afuera es de día.

Oscar Cid de León

Chignahuapan, 1 de abril del 2005